domingo, 15 de abril de 2012

Carrera con el diablo



EE.UU., 1975. Dir: Jack Starrett. Intérpretes: Peter Fonda, Warren Oates, Loretta Swit, Lara Parker, R.G. Armstrong, Clay Tanner. Producción: Paul Maslansky (Saber Productions/20th Century Fox). Guión: Lee Frost - Wes Bishop. Música: Leonard Rosenman. Fotografía: Robert Jessup. Montaje: John Link. Duración: 88 minutos.


El concepto es el concepto

Frank Stewart ha alcanzado un cierto éxito en el mundo de los negocios tras abandonar las carreras de motos todoterreno. Roger Marsh trabaja como piloto para su escudería. Tras varios meses de recorrer circuitos, deciden alejarse de las presiones diarias y embarcarse en un recorrido por la América profunda a bordo de la autocaravana último modelo del primero. Su destino: Aspen (Colorado). Se llevan consigo sólo lo imprescindible: las motos, sus mujeres y un gato. Si hubiesen tenido tiempo suficiente para ver más películas, sabrían que adentrarse por carreteras secundarias y hacer un alto en un paraje solitario nunca es buena idea.


Os debo una explicación

El cine de explotación se ha caracterizado siempre por exprimir hasta la última gota de sangre a cada uno de los éxitos del momento. Y los años 70 fueron pródigos en todo tipo de filones para el cine de género más comercial: los últimos coletazos de la utopía hippy, el terror rural o American Gothic, el cine catastrófico, las películas de rape and revenge (violación y venganza), la omnipresencia del mal y el satanismo, las cintas de acción motorizada (en vehículos cada vez mayores, de las motos de “Los Ángeles del Infierno” a los camiones de “Convoy”, pasando por los deportivos de “Gone in 60 seconds”), el blaxploitation, el sexo progresivamente explícito, las cárceles femeninas, los caníbales, los experimentos nazis, las reconstrucciones retro, los justicieros urbanos, los deportes extremos, las criaturas mutantes, las space-operas de saldo, las enfermeras cachondas... En fin, las temáticas habituales si repasamos las producciones de Roger Corman para New World o de cualquiera de sus aventajados discípulos.
En ese contexto, “Carrera con el diablo” destaca, sobre todo, por la desfachatez con que combina varias de esas modas coyunturales, con espíritu claramente explotativo, pero aún así manufacturando un producto que no solo entretiene sobremanera, sino que resulta enormemente revelador de las derivas de la sociedad estadounidense en la década de los 70. Comienza como un nuevo paso en la senda abierta por “Easy Rider”, la búsqueda de la libertad a lomos de un vehículo. Este hecho se ve reafirmado por la presencia del Capitán América (Peter Fonda) himself , pero pronto se aleja de ese camino como reflejo distorsionado del trayecto de sus protagonistas y se sumerge en territorios del satanismo, con la irrupción de un aquelarre en pleno paisaje bucólico. “Wicker Man” no anda demasiado lejos. Enseguida la adoración al diablo deja paso a otros elementos argumentales relevantes: no poder confiar en las autoridades (reflejo del cuestionamiento del poder habitual de la contracultura), sentir la paranoia de ser observados y amenazados por todo y todos, o la vuelta a la naturaleza como retorno a los orígenes violentos del hombre, un poco a la “Deliverance”. Todo ello aderezado con persecuciones automovilísticas, peleas en bares de carretera, serpientes, algo de country y el recurso a las armas como única vía de supervivencia para unos personajes abocados a un kafkiano callejón sin salida. Un batiburrillo que, a la postre, resulta muy estimulante, porque la acumulación de citas/plagios en lugar de restar, suma significados a una obra que, sin ser perfecta (tampoco hace ningún esfuerzo por pretenderlo), ha aguantado mucho mejor el paso del tiempo (si somos capaces de pasar por alto ciertos estilismos setenteros, como el omnipresente abuso del zoom, o algún maniquí que otro demasiado obvio) que obras mucho más reputadas, consideradas y premiadas, pero nacidas ya con fecha de caducidad en el envase.


Todos somos contingentes, pero tú eres necesario

Los protagonistas de la cinta, Peter Fonda y Warren Oates, son dos de los mejores, y más infravalorados, actores de su generación y venían de protagonizar algunos de los títulos más interesantes del “otro” Hollywood. Les acompañan R. G. Armstrong, alejado por una vez, aunque no demasiado, de su habitual papel de violento fundamentalista a las órdenes de Sam Peckinpah o Henry Hathaway, y Loretta Swit, en un interesante desvío de su papel de enfermera jefe “Morritos Calientes” Houlihan en la clásica serie televisiva "M*A*S*H". Todos ellos aportan una (muy necesaria) credibilidad a las progresivamente enrarecidas desventuras de sus personajes.
El hijo de Henry Fonda enseguida se desmarcó de la senda que le parecía destinada en Hollywood y, apartándose de la alargada sombra de su progenitor (en la misma línea que su hermana Jane), se convirtió en todo un símbolo de la contracultura estadounidense, gracias a títulos como “Los ángeles del infierno” (1966), “El viaje” (1967) y, sobre todo, la seminal “Easy Rider” (1969). Durante el primer lustro de los 70 continuó circulando en los márgenes del sistema en títulos como “La última película” (1971) o “La indecente Mary y Larry el loco” (1974), pero el fracaso de algunas de sus películas, como su apreciable debut como director, “Hombre sin fronteras” (1971), “Encuentro en Marrakech” (1973), fallido acercamiento a los postulados estéticos de la nouvelle vague de Robert Wise, y la desastrosa y oportunista secuela de ”Almas de metal” titulada “Mundo futuro” (1976) marcaron su declive entre público y productores, viéndose obligado durante más de dos décadas a malvender su talento en productos alimenticios o comercialoides, hasta su resurrección con “El oro de Ulises” (1997), nominación al Oscar incluida, que le ha permitido relanzar su carrera, aunque casi siempre a la sombra de su mayor éxito “buscando su destino”.
El eternamente desgarrado y desarraigado Warren Oates, curtido por años de televisión y secundarios astrosos en westerns de medio pelo, encontró en Sam Peckinpah la guía que habría de convertirlo, algo tardíamente, en uno de los actores más brillantes de los 60 y 70, alcanzando un estatus de culto. Tras intervenir en sus series televisivas “El hombre del rifle” y “The Westerner”, su papel como uno de los malvados hermanos Hammond en “Duelo en la alta sierra” supondría el primer eslabón en una serie de personajes secundarios a las órdenes de Peckinpah ("Mayor Dundee", "Grupo salvaje") que culminaría con su único, e inolvidable, protagonista, en “Quiero la cabeza de Alfredo García”. Pronto pasó a alternar papeles en títulos comerciales ("En el calor de la noche", "El regreso de los siete magníficos") con producciones independientes de gente del calibre de Monte Hellman ("El tiroteo", "Carretera asfaltada en dos direcciones", "Cockfighter") o Terrence Malick ("Malas tierras"). Su temprana muerte a a principios de los 80 puso punto final a una carrera marcada por el riesgo y que sigue pendiente de una más que merecida reivindicación crítica.



El director, Jack Starrett, había comenzado su carrera como actor, encasillado en películas de moteros como "The Born Losers", "Hells Angels on Wheels" y "Angels from Hell", pero pronto debutó tras las cámaras con "Corre, ángel, corre" y se especializó en títulos de acción motorizada y westerns, alternando la televisión y el cine. Además de episodios de series tan populares como "Starsky y Hutch", "El sheriff chiflado" o "Canción triste de Hill Street", destacan en su filmografía un par de blaxploitations ("Cleopatra Jones", "Operación Masacre"), el interesante actioner con guión de Terrence Malick "The Gravy Train" y la miniserie crepuscular "Mr. Horn", con David Carradine. Con cierto oficio para el cine de acción, la filmografía de Starrett como director, nunca demasiado considerada, siempre dependió mucho del material de base. Cuando contó con guiones interesantes, supo sacarles buen provecho. Y en el caso de “Carrera con el diablo”, tuvo la ventaja de que su guionista fuese el padre de la cosa con dos cabezas, el inefable Lee Frost...






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